lunes, 7 de octubre de 2013

-¿Era verdad, entonces?
La brisa gélida acarició las mejillas pálidas y húmedas de lágrimas. Mientras las manos se cerraban, temblorosas, alrededor del barandal metálico, ella dejó oír su voz como un susurro trémulo que hurtó el viento.
-Sí lo era, …no eres para mí…-la verdad que había esquivado desde el primer momento en que lo vio se presentaba ahora filosa, cortando los hilos que sostenían cada uno de los castillos que había construido en el aire. La tarde helada moría inacabable, y su voz murmurante se quebró en sollozos heridos.
Los brazos cálidos y protectores del chico la estrecharon, ella escondió el rostro lloroso en su pecho como había hecho la primera vez. Sintió contra su mejilla el calor y el perfume propios de ese ser que hacía tantos días le robaba el sueño, la vida, los pensamientos, que se había convertido lentamente en el centro y sentido de su joven vida. Ese ser que ahora huía de ella, inexorable, esa felicidad que se había empeñado en sentir a pesar de las claras advertencias se escurría ahora entre sus dedos. Cerró su puño tembloroso aferrando la tela del abrigo de él, como si con ese imperceptible gesto pudiera decirle, sin lastimarlo, lo desesperadamente que lo necesitaba. Lo rota que estaría cuando él la dejara. Lo poco que le duraría la voluntad para enfrentar la ausencia de lo que había confundido con amor.
Lo oyó suspirar suavemente antes de discernir sus palabras, cálidas y cargadas de dolor.
-No te merezco, ni merezco tus lágrimas. Siempre fuiste demasiado para mí, y ahora puedo ver que solo pude causarte daño. Perdóname, por favor, porque yo nunca lo haré…-oyó la sentencia como si de una ridiculez se tratara, una broma de mal gusto. Claro, él siempre había sido tan tercamente estúpido, aferrándose a la clara idea de que todas las culpas eran propias hasta convertirlas de un modo u otro en parte de la cruz que cargaba. Entreabrió los labios para protestar, pero los otros se posaron en ellos acallando el indignado dolor. Pero si había sido ella la idiota, que había elegido creer lo que nunca fue una mentira expresa, no era culpa de nadie. Presionó los párpados contorsionando el rostro, la herida reciente ardiendo dentro, sus dedos se crisparon en el cuello de él enredándose en los mechones suaves, y en el momento en que más se aferraba desesperada a su presencia, rogándole mudamente que no la dejara, él se separó.
Alcanzó a respirar el perfume de su aliento al susurrar un adiós que no pudo oír, y sintió cómo el frío la estremecía abrazándola en su lugar. Su mano vacía cayó inerte a un lado mientras seguía con la vista incrédulamente vacía la figura del ser que más amaba en este mundo alejarse, hasta perderlo de vista.
Tembló entera, las lágrimas huyendo sin control, trazando caminitos sufridos en sus rostro. Giró sobre sí misma para observar el río perderse, arrastrar trozos de hielo en su camino bajo el puente sobre el que ella miraba la tarde agonizar. Y permaneció allí, llorando, sola, hasta que los postes del alumbrado público arrancaron tonalidades brillantes a las estalactitas que se formaban colgando rígidas del metálico barandal en que se apoyaba, su aliento entrecortado desvaneciéndose en vapor. Él, se había ido sin ni siquiera mirar atrás. Y ahora estaba sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario